Si confías en los sacos, puedes utilizar prácticamente cualquier mezcla de
tierras para el relleno. No es necesaria la cohesividad de la tierra, el saco
la contiene y le da forma. Nuestras primeras hiladas de cimentación consisten
en sacos rellenos de grava. Incluso parece ser que alguien ha construido domos
con arena de playa…
A nosotros nos pareció arriesgado éste sistema. Aunque parece que el
polipropileno del saco, preservado de la radiación solar directa, puede durar
muchos años, preferimos basar la resistencia de la estructura en la tierra
cohesiva bien compactada y endurecida.
Antes de empezar a construir dedicamos unos días a hacer diferentes pruebas
con la tierra del lugar, haciendo catas en varios puntos. La primera prueba fue
la del tarro, descrita en la mayoría de libros de bioconstrucción (Earthbag
building, The hand-sculpted house, Casas de paja…). Siendo conscientes de la
poca precisión de éste ensayo (según G. Minke el error puede llegar a ser de un
1600%) hicimos algunas pruebas más, como hacer una bola con tierra húmeda,
intentar hacer churritos… Al final descubrimos que la tierra de la excavación
no nos serviría para la construcción por ser demasiado arenosa. Por tanto
decidimos traer arcilla casi pura y mezclarla con nuestra tierra.
El trabajo de mezclar la arcilla en diferentes proporciones, diferentes
grados de humedad, hacer ensayos y buscar la manera más sencilla y divertida de
obtener buenos resultados nos lleva gran parte del tiempo de la construcción de
la cúpula. Aunque el resultado estructural es bueno, el trabajo que conlleva es
muy grande. Por suerte, acabamos de encontrar una tierra con una proporción muy
buena de arcilla y arena a pocos kilómetros de la obra. Lo mejor es utilizar
esa tierra directamente en los sacos, sin tenerla que mezclar con la tierra de
la excavación, que por otro lado empieza a escasear.
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